jueves, 20 de marzo de 2008

La Iglesia Católica: Crítica de sus doctrinas fundamentales. Por Antonio García Ninet (UCR)


La Jerarquía Católica sigue defendiendo el machismo bíblico y la degradación de la mujer

Antonio García Ninet *
UCR 18 de Marzo de 2008


La Jerarquía Católica sigue aceptando la serie de contenidos y doctrinas machistas de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, doctrinas que aparecen reiteradamente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y de las que se puede tomar conciencia fácilmente haciendo referencia a doctrinas tales como las siguientes: Dios es “Padre” y no madre, “Hijo” y no hija, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán como rey de la creación y a Eva para que Adán tuviera una compañera; los personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel secundario. Todos los nombres de los ángeles son nombres de varón: Miguel, Rafael, Gabriel. Hasta el propio “Príncipe de las Tinieblas” es varón: Lucifer, Luzbel o Satán. Los personajes más importantes de la Biblia, con pocas excepciones, son varones, hasta el punto de que la Biblia ni siquiera menciona el nombre de ninguna hija de Adán y Eva, pues sólo menciona a Caín, a Abel y a Seth -por lo que ni siquiera se sabe como pudo continuar la reproducción de la especie humana después de los hijos de Adán y Eva, o después del diluvio universal, cuando sólo se salvaron de la muerte Noé con sus hijos Sem, Cam y Jafet, sin que la Biblia mencione a la mujer de Noé ni a sus posibles hijas, como consecuencia de la nula o escasísima importancia que se concedía a la mujer, a pesar de que sin ella la reproducción y multiplicació n de la especie habría sido un milagro especialmente digno de destacar-.

Casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de varón, como Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina), Moisés, Aarón, Josué, David, Salomón, Roboam, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Juan Bautista, y apenas alguno de mujer, que casi siempre juega un papel secundario o anecdótico.
Incluso la figura de María tiene un papel muy poco relevante como puede constatarse mediante la lectura del evangelio de Marcos, en donde el propio Jesús llega a tratarla con cierto desprecio cuando, en el momento en que ésta y sus otros hijos fueron a buscarlo, sus discípulos le avisaron diciéndole: “¡Oye! Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan.

Jesús les respondió:

-¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

Y mirando después a los que estaban sentados alrededor, añadió:

-Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”
[1].

Esta baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, es la que se muestra cuando se considera a Jesús como hombre por ser hijo de María y sólo como “Hijo de Dios”, según el evangelista Lucas, que afirma tal doctrina, a partir de la enumeración de su genealogía paterna de Jesús por ser hijo de José, cuyo linaje se remontaría hasta Adán, el cual es considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él
[2].

La continuación de ese machismo bíblico aparece nuevamente en Pablo de Tarso, quien considera al marido como la cabeza de la mujer, lo cual implica evidentemente la doctrina de que la mujer es un cuerpo sin cabeza propia. Dice en efecto Pablo que “la cabeza de la mujer es el varón”
[3], y, justificando el uso del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma que “toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[4]. Defiende a continuación las ideas de subordinación y sujeción de la mujer respecto al varón y el uso del velo como símbolo de tal sujeción afirmando que “el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[5]

La Jerarquía Católica intentó posteriormente suavizar esta doctrina acerca de la mujer enalteciendo la figura de María –doctrina que no deriva de los evangelios-, aunque su doctrina acerca de la mujer en general sigue siendo de manera más o menos explícita la de considerarla como secundaria respecto al varón. Esta doctrina que menos precia a la mujer respecto al varón resulta especialmente llamativa en organizaciones católicas actuales tan poderosas económicamente como la del Opus Dei y su fundador, José María Escrivá de Balaguer, quien en su libro Camino, defiende doctrinas similares a las de Pablo de Tarso, o como la del “nacional-catolicism o” español de la época del general Franco, en la que se defendió igualmente este papel de absoluta subordinación de la mujer al varón.

El machismo aparece igualmente en el hecho de que Jesús eligiera exclusivamente a doce apóstoles, sin que ninguno de ellos fuera mujer. Por cierto, algunos obispos han utilizado este hecho como argumento para rechazar que la mujer pueda acceder al sacerdocio, diciendo que si Jesús hubiera querido que las mujeres accedieran a tal honor, habría elegido a alguna mujer como apóstol.

Esta doctrina machista es la expresión de una “cultura” especial, basada en el ambiente cultural de la sociedad judía de los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, “cultura” que iba ligada a la consideración degradante de la mujer dejándola en un segundo plano y siempre como sierva obediente del varón. La importancia de esta doctrina contraria a la igualdad de mujer y varón pone más en evidencia el carácter simplemente humano –y no divino- del conjunto de las doctrinas de la agrupación “religiosa” católica, y sirve además para ver la conexión entre el judaísmo, el cristianismo y la religión musulmana, en la que la mujer aparece igualmente sojuzgada y negada hasta el punto de tener que negar de algún modo su propio ser cubriendo la práctica totalidad de su cuerpo con el tristemente conocido “burka”.

[1] Marcos, 3, 31-35.
[2] Lucas, 3, 23-38.
[3] Pablo, Corintios, 4, 3.
[4] Pablo, Corintios, 4, 5.
[5] Pablo, Corintios, 4, 7-10.
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*A ntonio García Ninet es Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

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